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Mientras le metía la polla notaba también el mete y saca de Carlos, y Ana daba auténticos alaridos, de tal forma que a veces su marido le tenía que tapar la boca. Cuando acabé el desayuno volvimos al gran salón y la hice arrastrarse, limpiando el suelo con la lengua, durante una hora. Mi hermano Isaac la acompanaría, así que solo tenían tiempo para recibirla en el aeropuerto y, dos semanas después reunirnos todos. Entonces, llegando a la puerta, te doy mi llave y tu abres y entras, pero me dejas fuera y sales con una sábana y una toalla en la mano. Llegando a nuestra casa, aún llena de gente, gocé intensamente cuando muchos me decían que ahora era yo el único sostén de mi madre, la única companía y que debía cuidarla bien.